¡SOMOS FELICIDAD!
La felicidad no tenemos que buscarla, ella está siempre esperando por nosotros todos
los días cuando nos levantamos.
Yo la encuentro a veces durmiendo
a mi lado, otras veces corriendo por la casa o llenando de horribles garabatos
la inmaculada blancura de los muros de la incomprensión.
La felicidad viaja aferrada
a mi cintura cuando voy en la gastada motocicleta a traer las tortillas y no le
molesta caminar las veredas existenciales donde a veces nos perdemos
preguntando por la casa de niña Catalina, la viejecita rebelde que vivía sola
en la montaña y cocinaba cada día por gran casualidad de la vida y con
exquisitez celestial lo mismo que nuestra madre había puesto en la mesa.
A ella no le incomoda ir a
los muelles de la infancia y preguntar por Chimino, ¡el que era marino!
escuchar a Arnulfo desgranando luciérnagas con su dulzaina en los cafetales o
herirse los pies con las espinas de carbón negro en los potreros buscando
catalnicas, pijuyos y hasta pericos.
A veces vamos a comer
panes donde Porqui, frente a la catedral de Santa Ana, y si las cosas van mejor
hasta visitamos al ingeniero de la U.
La veo de reojo estudiando
contabilidad en un pupitre gastado; la veo acompañando a un viejo que camina
despacio por un parque desconocido y me doy cuenta lleno de regocijo que
siempre estará allí; en la luz, en la oscuridad, en la música, en el silencio, en
el viento, en la noche…
¡EN TODAS PARTES!
¡Desventurados aquellos
que cegados por el brillo del oro la ignoran!
Rechazando la máxima
divina: ¡QUIEN NO ES FELIZ CON POCO, MENOS LO SERÁ EN LA ABUNDANCIA!
La felicidad no depende de
la riqueza, la verdadera riqueza se contabiliza más bien en la cantidad de
felicidad que tienes.
Bien habló en su personaje
ficticio el filósofo salvadoreño Carlos Álvarez Pineda:
“Pobres no somos, pisto es
lo que no tenemos”
—Miguelan.
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