SOBRE LA REENCARNACIÓN.
Numerosas corrientes
filosóficas abordan el concepto de reencarnación como una vía para la búsqueda
de la perfección en este punto específico del tiempo y el espacio. La
reencarnación implica el renacimiento después de la muerte, asumiendo la forma
de cualquier ser biológico que pueble nuestro planeta. Según esta perspectiva,
uno puede renacer como escarabajo, nutria, trucha, buitre carroñero u otro ser
viviente, hasta alcanzar un estado de perfección que permita trascender el
ciclo de nacimiento y muerte.
Sin embargo, discrepo con
esta idea. Considero que ningún ser humano, por más que lo intente, puede
aspirar a la perfección. Este cuerpo humano tiene límites insuperables y, si
renaciéramos, es probable que repitiéramos los mismos errores una y otra vez.
Creo que todos llevamos en
nuestro interior una chispa primordial que anhela retornar a su origen.
Permanecer atrapados en un ciclo interminable en este plano sería agotador y
carecería de propósito. ¿Acaso la perfección es requisito para trascender este plano?
¿Y si nuestra existencia en este mundo es simplemente un experimento?
Quizás nuestra
purificación no provenga de renacer y morir repetidamente, sino de fusionarnos
con la fuente de la que procedemos. Entonces, ¿cuál es nuestro propósito en
este mundo? Estamos aquí para ser. La armonía reside en el ser. Al resistirnos
a nuestra naturaleza, nos oponemos al designio del Arquitecto. ¿Puedes imaginar
un engranaje en un gran reloj que se detiene para complacer al relojero?
El ser es tanto espíritu
como materia, y las necesidades de uno no entran en conflicto con las del otro;
son distintas y siguen caminos separados, aunque converjan como dos cables de
corriente. ¿Reencarnar o no reencarnar? Esa es la pregunta. Quizás sí, pero no
en este plano, sino en uno mejor, con un cuerpo distinto. Me agrada más pensar
de esta manera.
—Miguelan.
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