EL AGUILA Y LOS LOBOS
Publio Quintilio Varo, el
bravo centurión, viejo lobo curtido en mil batallas, llevó las legiones romanas
hasta los linderos del bosque de Teotoburgo.
Arminio y los hijos de
Odín, les esperaban del otro lado de la niebla, en silencio, solo se oían los
latidos de los corazones.
Los romanos eran valientes
y confiaban en su perfecta formación militar, pero el hado había escrito que
ninguno regresaría a la ciudad eterna.
¡Y comenzó la batalla!
El bosque abrió sus fauces
neblinosas dejando ver las hordas de queruscos que como colmillos se hincaron
en el águila imperial.
El hijo de Segimer, subido
en su caballo blanco arengaba a los barbaros rezando por ellos antes de
lanzarse a dar la estocada final:
“He aquí que veo a mi
padre, he aquí que veo a mi madre, a mis hermanas y mis hermanos. He aquí que
veo el linaje de mi pueblo hasta sus principios. Y he aquí que me llaman, me
piden que ocupe mi lugar entre ellos, en los atrios de Valhalla, el lugar donde
viven los valientes para siempre.”
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